Las
fronteras humanas en
La pena
(de
La frontera de cristal de Carlos
Fuentes)
De acuerdo a nuestro
plan de reseña de la novela La frontera de cristal de Carlos Fuentes, a partir de esta entrega nos adentraremos en aquellos relatos, de
los nueve que conforman la novela, donde más resalte esta noción de Frontera Humana que nos hemos propuesto
destacar con este trabajo. Daremos inicio hoy con la pieza intitulada La
pena.
Como ya dijimos, se trata de comprender y ponderar el peso
relativo de la llamada frontera humana sobre la percepción de transparencia que
los pasos fronterizos ofrecen al emigrante que penetra o, a lo sumo, intenta
traspasarlos.
Para ponernos en contexto, en La pena, su protagonista, el médico Juan Zamora
hace postgrado en USA becado por su padrino el magnate Don Leonardo Barroso.
Zamora vive en Itaha, cerca de una fábrica de armas destinadas al uso del
ejército salvadoreño. Acaba de ganar R. Reagan la presidencia de los Estados
Unidos, mientras, en México, López Portillo afianza la explotación petrolera.
Juan se aloja en la casa de T. Wingate, negociante de armas que contrata con el
Pentágono. En la convivencia, Juan refiere una noción de su origen mejicano
edulcorada y alejada de su realidad precaria, en la cual, por pena, por
vergüenza, oculta su condición social, llegando a ser percibido por los Wingate
como un heredero de la aristocracia española. Durante sus prácticas médicas
Juan se enamora de su colega Jim descubriendo su inclinación homosexual, lo
cual, se traduce en conflictos existenciales y de convivencia con sus
arrendadores. Juan, en un acto de honesta comunicación, llega a revelar a Jim
su verdadera extracción social, al cabo de lo cual se producen, tanto el
rompimiento de la relación entre ambos, como la deserción de Juan de sus
estudios y su consecuente regreso a México. Años después, los Wingate viajan de
vacaciones a México y Becky, la hija de la familia, se empeña en ir a encontrar
a Juan, lo cual, y sin siquiera llegarlo a ver, les hace descubrir el verdadero
estatus de Juan. Por ese entonces,
Juan trabaja en un hospital del seguro social y vive sumergido en un sueño
recurrente donde regresa a Cornell y camina de la mano de su amante llegando
juntos a suicidarse, en el mismo puente donde, por lo demás, tanta gente suele terminar
sus días.
Dentro
de la novela, La Pena es quizá el
relato más elocuente en cuanto al peso de la frontera humana dentro del proceso
migratorio de los mexicanos hacia el norte. En las peripecias del protagonista,
no entra en juego el cruce de la frontera material propiamente dicha, sino que
prevalencen las vivencias de quien ya vive formal y legalmente en el territorio
estadounidense cumpliendo una misión personal importante. Zamora no ha tenido,
como otros mexicanos, que vencer grandes barreras físicas, territoriales o
legales para “colarse” al otro lado de la línea, por lo que es entonces muy
significativo poder detectar en él cuáles son los síntomas y signos de
exclusión que, erigidos en frontera humana, le hacen realmente infeliz.
En
primer lugar, Zamora se considera un “pobre”.
Es claro que su posición económica no es holgada, –de lo contrario no
necesitaría de la beca de Barroso-, pero, objetivamente, tampoco puede
decírsele realmente “pobre” (logra cubrir sus gastos suficientemente). Ahora
bien, en su mente, él se considera realmente tan escaso de recursos económicos
que, inclusive, hasta se avergüenza de ello; al punto, de sostener un engaño
hacia la familia que lo alberga sobre sus presuntas “posesiones en México” el cual, termina siendo develado al
final del relato. Este sentimiento que lleva a Zamora a fabricar una mentira,
lo hace realmente infeliz y termina reforzándole una propia barrera excluyente
que juega muy en contra de una posible mutación
que le permita asimilarse, recluyéndolo y aprisionándolo dentro de sí mismo, al
evitarle mostrar su propia realidad.
El
siguiente factor discriminante para Zamora es su condición de nacional mexicano: Es cierto que la condición de latino-mexicano –chicano-,
en USA, es causal explícita de rechazo; no obstante, en el medio universitario,
esta condición no llega a tener tanto peso como en otros ambientes. Aún así,
para Juan, su mexicanidad constituye un fuerte motivo de exclusión. Ni siquiera
porque llega a cristalizar una relación amorosa con un compañero de estudios
estadounidense –Jim-, deja de sentirse Zamora un excluido.
A
partir de esto último, enlazamos con el tercer factor de separación o
desagregación: la homosexualidad
de Zamora. La misma, que en un sentido amplio la pudiéramos enmarcar dentro de
lo que se pudiera llamar una discriminación
de género, sumada a las dos anteriores confluye en un cuadro que presenta
al protagonista en un estado de depresión severo, donde su sentimiento de
exclusión le lleva a tener sueños suicidas que delatan un conflicto no
resuelto, aún después de haber regresado a su tierra de origen.
Además
de esos tres factores resaltantes que están a la raíz de los sentimientos de
exclusión de Juan, habría que mencionar, adicionalmente, cosas como la barrera
idiomática, su background educacional formal, sus hábitos y costumbres
alimenticias, sus rasgos étnicos y gestuales. Pero de ello Fuentes no nos da
pista específica.
Finalmente,
y para cerrar esta revisión de las fronteras humanas o de los miedos que se
detectan en el relato “La Pena”, nos parece pertinente
citar a Todorov: “…La dignidad de los hombres no procede, sin
embargo, sólo de este amor y esta compasión que otro puede concederles…
…procede también del interior de ellos mismos. Y es que los hombres, aunque
hechos estén de la misma madera, no están por ello hechos de una sola pieza. El
miedo, la tontería, la mezquindad, el orgullo son cosa nuestra; pero no solo
eso. En cada uno de nosotros yace
otra aspiración…” Y refiriéndose
al modo de describir esta aspiración, Todorov cita a Gary, quien emplea
metáforas que unen lo alto y lo bajo, como “las raíces del cielo” para, más
adelante decir: “…para los indios de
México, es “el árbol de la vida”, que les impulsa a unos y otros a caer de
rodillas y levantar los ojos golpeándose el pecho en su tormento (…). Intentan
arreglarse entre sí, responder ellos mismos a su necesidad de justicia, de
libertad, de amor…”. En Juan
Zamora, este “arreglarse entre sí”
llega al extremo de “arreglarse a sí mismo” e ignorar y hasta menospreciar al
otro y a lo otro al otro lado de su propia frontera interior. Tal vez, este
fenómeno quede mejor recogido en otra obra de Fuentes también constituida por
una colección de relatos: “Todas las
familias felices”. En este libro hay una historia intitulada “Madre Dolorosa” donde, referido a los
sentimientos surgidos en un inmigrante que regresa a su pueblo después de un
tiempo, podemos leer: “…Le juro que no es
purita sospecha. Un día volví por purita emoción, señora, eso que ustedes
llaman “nostalgia” y primero nadie me reconoció pero cuando se corrió la voz,
“Es José Nicasio que ya regresó”, me miraron con tanto rencor unos, con
avaricia otros, distancia los más señora, que decidí ya nunca volver al lugar
de donde salí. Pero, ¿puede uno cortarse para siempre las raíces?...” Este
pasaje evidencia la fuerza extraordinaria de la frontera humana que funge como mampara de doble vía, tanto para irse
como para regresarse.
· Fuentes,
Carlos. (2006). Todas las familias felices. México. Alfaguara-Santillana.
· Todorov
Tzvetan. (2002). Memoria del mal, tentación del
bien. Indagación sobre el siglo XX. Barcelona, España. Ediciones Península.
No hay comentarios:
Publicar un comentario