viernes, 13 de mayo de 2011

Un gran Perú, entre la memoria y el olvido


Es oportuno repasar en estos días la novela "Abril Rojo" del joven escritor peruano Santiago Roncagliolo. La misma fue publicada hace unos cinco años como Premio Alfaguara.
Los países latinoamericanos nos debatimos entre recordar u olvidar. Cuando construimos nuestra historia, lo que casi siempre buscamos es redimir nuestras penas del pasado, encontrar los culpables de nuestros males. Muy distinto a lo que suelen hacer otros pueblos, quienes se interesan por la historia en la medida en que les permite evitar la repetición de sus pasados errores, así como para subirse sobre los hombros de aquellos que en el pasado ya descubrieron caminos y soluciones, en busca de mejorarlos. ¿Será que en algún momento nos ocuparemos de asumir nuestras propias equivocaciones sin buscar culpables ultramarinos a la vez de dejar de reinventar el agua tibia?  
Les invito a leer las siguientes líneas y, si las mismas les motivan, buscar la novela de Roncagliolo, cuya lectura, aparte del valor referencial, no da lugar para el aburrimiento y, en medio de tanto terror e intriga, hasta divertida resulta en alguno de sus pasajes.
Abril Rojo de Santiago Roncagliolo
–o la memoria del olvido-

S
e trata de una novela negra de transfondo político. La historia se ubica en Perú, durante la Semana Santa del año 2000, y en el contexto de las elecciones donde Alberto Fujimori se dispone a ser reelegido por segunda vez, a como dé lugar.
Para ese entonces, en el Perú se ha dado por “oficialmente derrotada” la guerrilla senderista; sin embargo, perduran algunas de sus células que, con aisladas actuaciones, dan fe de su presencia. Pero más allá de estas actuaciones, metódicamente silenciadas por el gobierno y la prensa atemorizada, con fines propagandístico-electorales, Sendero Luminoso ha dejado una huella prácticamente indeleble en la memoria colectiva de los peruanos. Es como un fantasma ubicuo que todavía deambula por las mentes de las personas y gobierna muchas de sus actuaciones.
Las ejecutorias del protagonista de la novela, el inicialmente cándido Fiscal Distrital Adjunto Félix Chacaltana, constituyen el hilo conductor que nos va llevando a través de situaciones muchas veces sórdidas, terroríficas, sobre desapariciones masivas de cadáveres y el asesinato sistemático, en serie, de distintos personajes. Para el esclarecimiento de estos asesinatos, es que el fiscal Chacaltana adelanta una investigación judicial que transcurre desde el principio hasta el fin de la novela y que, por último, termina evidenciando como asesino a la máxima autoridad gubernamental a cargo, un Comandante del ejército, (Carrión) quien, por “castigo”, es simplemente destituido del cargo. 
En sus peripecias a lo largo del relato, el protagonista Chacaltana va sufriendo una modificación de su temperamento que lo lleva de la persona pacífica, previsible, débil y miedosa de sus inicios, a terminar siendo alguien quien, en su  ambición ­–aun mediocre- por un poder del cual es un "confiable y dócil servidor", es capaz de ejercer dominio por la vía de la violencia, para finalmente terminar fugitivo y perseguido por el sistema del que formó parte de manera tan celosa. Con ello, el autor, sin intención de moralizar, nos da pistas sobre la manera  en que el poder envilece hasta a las personas más insignificantes.
Tanto la memoria individual como la colectiva, así como el ejercicio a veces obligado del olvido, son temas recurrentes en la narración.
Respecto a lo individual, resalta el peso que cobra en la trama a la presencia del fantasma de la madre del fiscal, con quien éste se comunica permanentemente, le rinde cuenta de sus actos e, inclusive, le solicita aprobación para sus actuaciones “…la habitación de su madre lo relajaba, pasaba horas encerrado en ella… …el cuarto se había convertido en un retrato en tres dimensiones de su nostalgia…” (p.34). Es la memoria, en definitiva y más allá de las circunstancias, lo que mueve a las personas, que convierten el pasado en un recurso recurrente al que aluden para justificar cada actuación, en forma permanente –aunque inconsciente-: El finalmente descubierto asesino en serie Comandante Carrión, es movido por los recuerdos y traumas producto de sus  vivencias en los años de combate contra la insurrección; la familia asesinada de Edith, la “novia” del fiscal, también es propulsada por el recuerdo de sus padres senderistas aprehendidos y ejecutados. 
La memoria colectiva está presente en todo momento y es motor de gran parte de la trama, la cual, fluye atada a una serie compleja de referentes simbólico-culturales que es menester considerar. Reproduzco a continuación un pasaje elocuente, que a su vez, evidencia la pérdida del estado de derecho que vivió el Perú en ese entonces y la sumisión absoluta del poder civil al poder militar:
"...El fiscal pensó en la fiesta del Turupukllay. El cóndor inca atado por las garras a la espalda de un toro español. El toro agitándose violentamente mientras se desangra, sacudiendo al enorme buitre asustado que le picotea la cabeza y le desgarra el lomo. El cóndor trata de zafarse, el toro trata de golpearlo y tumbarlo. Suele ganar la lucha el cóndor, un vencedor despellejado y herido.
—Eso es una celebración folklorica —dijo tímidamente—. No es terror...
—¿Terror? Ajá, comprendo. ¿Y la matanza de Uchuraccay, recuerda?
Chacaltana recordaba. Tuvo la sensación de que era un recuerdo muy reciente. Pero tenía casi veinte años. Golpearon su memoria los cadáveres, los pedazos de sus cuerpos cubiertos de tierra, los interminables interrogatorios en quechua. Se sintió aliviado de que las cosas hubieran cambiado. No quiso decir nada. Le parecían palabras lejanas que era mejor dejar lejos.
—Yo le recordaré Uchuraccay —continuó el comandante—. Los campesinos no les preguntaron nada a esos periodistas. No podían, ni siquiera hablaban castellano. Ellos eran extraños, eran sospechosos. Directamente los lincharon, los arrastraron por todo el pueblo, los acuchillaron. Los dejaron tan maltrechos, que luego ya no podían permitirles volver. Los asesinaron uno por uno y ocultaron sus cuerpos como mejor pudieron. Creyeron que nadie se daría cuenta. ¿Usted qué opina de los campesinos? ¿Que son buenos? ¿Inocentes? ¿Que se limitan a correr por los campos con una pluma en la cabeza? No sea ingenuo pues, Chacaltana. No vea caballos donde sólo hay perros. Chacaltana se había puesto pálido. Trató de articular una respuesta:
—Yo sólo... pensé que era una posibilidad...
—Piensa usted demasiado, Chacaltana. Grábese en la cabeza una cosa: en este país no hay terrorismo, por orden superior. ¿Está claro?
—Sí, señor. 
—No lo olvide. 
—No, señor..."

Sobre memoria y olvido hay otro pasaje significativo, a raíz de que el fiscal Chacaltana es llevado a una fosa común saturada de cadáveres descuartizados. El narrador, refiriéndose a los pensamientos del fiscal apunta: “…cuánto tardaría ese tiempo en terminar de agotarse, cuánto tiempo más le tomaría a la memoria desaparecer, al dolor extinguirse, a las heridas cicatrizar, a los ojos cerrarse…” (pp.164-165)
Sobre el transcurrir del tiempo y la poca importancia que, desde otros ángulos, los personajes le otorgan al mismo, salta a la vista el pasaje aparentemente trivial, donde el protagonista va a comprar el diario y el vendedor le comenta que la edición del día no ha llegado. Chacaltana se conforma con la del día anterior diciéndose: “…nada puede cambiar mucho de un día para otro… …todos los días son básicamente iguales…” (p. 17).
Más adelante hay una mención al tiempo histórico y al eterno recomenzar: La historia no es acumulativa,  “…vamos a hincendiar[1] el tiempo y el fuego creará un mundo nuevo. un nuevo tiempo para ellos. para nosotros. para todos…” (p.29)
Hablando ya de los referentes culturales presentes, a pesar de que el autor se cuida de no abusar de los peruanismos, podemos decir que Abril Rojo es también una novela costumbrista, desde que superpone toda la trama policial y de terror a la celebración de las festividades de Semana Santa en la localidad de Ayacucho, las cuales, recordado por la misma narración, suelen ser de vistosidad y repercusión popular sólo comparable con las celebraciones de Sevilla. Aquí el autor le confiere enorme peso a los referentes culturales, haciendo evidente el carácter híbrido de los mismos –resaltando la adición –que no yuxtaposición- del culto católico con las reminiscencias incaicas-. Cobra fuerza en la trama la explicación de muchos de los “modus operandi” de los supuestos asesinos a partir de mitos y cultos tanto incas como cristianos. Tanto cobra fuerza este referente identitario que, el protagonista Chacaltana, no sin sorprenderse de él mismo, se consigue atando cabos entre los hechos violentos realmente ocurridos, torturas, muertes, desapariciones, y las conmemoraciones y recurrencias religiosas que se suceden durante la conducción de su investigación.
Hay referencias muy marcadas y evidentes sobre el manejo del poder, tanto individual como institucional. La justicia militar por encima de la civil: estado de excepción permanente. “todos los casos pertenecen al fuero militar” (p.24). Los escalafones del ministerio público manejados por los militares (p.42). La burocracia lenta, caprichosa y menesterosa. La institucionalidad en vilo. El fraude como regla. El uso de los rangos para conseguir favores o salvoconductos. Las leyes como letra muerta. Las carencias en los servicios públicos: El congelador de la morgue fundido por los repetidos apagones. Referencias al centralismo y a la concentración del “bienestar” en la capital; al mencionarse la migración como práctica, destaca el contraste entre la Capital y la Provincia. Lima vs. Ayacucho.
En cuanto a Representación y Subalternidad: La novela es un vehículo para dar a conocer aspectos de la vida que la historia oficial no está dispuesta a relatar, para reflejar los pasajes ocultos del quehacer político reciente. Ello lo consigue dándole voz a los “normalmente” silenciados, a lo Subalterno. Un ejemplo es el siguiente pasaje: “…ningún familiar ha reclamado el cadáver… …porque no hablan nunca. ¿ O aún no lo ha notado? Los campesinos siempre evitan aparecer, se esconden…” (p. 44)
Finalmente, podríamos añadir que, a lo largo de toda la novela, resaltan las complicidades institucionales y la sumisión de los distintos poderes civiles y eclesiásticos al poder militar que resulta hegemónico; todo ello, bajo un régimen eleccionario y supuestamente democrático, donde, mientras los milicianos sepultan cadáveres descuartizados sin importar que fuesen supuestamente senderistas o militares presumiblemente “equivocados”, se ventila una profusa campaña y un sistema de “control” electoral que llega a lugares tan remotos e insólitos como la población de Yawarmayo en la selva amazónica adonde es enviado a “servir” el Fiscal Distrital Adjunto Félix Chacaltana Saldívar,  por órdenes de “su superior” el Comandante del ejercito Carrión.≈

·      Roncagliolo Santiago. (2006). Abril Rojo. Ed. Alfaguara. Bogotá. Colombia.


Enzo Pittari. mayo 10, 2011.

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