In-Dependencia Vs. Inter-Dependencia
En fila con el espíritu de mi anterior artículo, en el cual, por celebrarse el 5 de julio[1]me pareció oportuno reflexionar sobre esta dicotomía siempre imprecisa o imperfecta que resulta de oponer semánticamente DEPENDENCIA con INDEPENDENCIA, hoy quisiera detenerme un sobre un tercer derivado: la INTERDEPENDENCIA.
Hace doscientos años, en toda Latinoamérica ocurrieron movimientos cívico-militares –o militares-cívicos, o cívicos o militares- relacionados con la separación del dominio político de nuestros predios, de nuestras tierras, de lo que fue llamado el dominio español –el Imperio español-. A ciencia cierta, no se sabe con exactitud de qué se trataba toda esa matanza humana a la que nos acostumbramos y que prolongamos más de lo esperado o de lo debido, ni las intenciones precisas de quienes lideraban aquellos movimientos que la historia formal –la que nos enseñaron desde la escuela primaria- nos hizo pensar en una oposición encarnizada y entre unos señores llamados Patriotas y otros llamados Realistas. Algunos dicen que lo que ocurría, realmente, era consecuencia de acontecimientos de mayor trascendencia que tenían lugar en la patria madre –y en toda Europa- y que implicaban la caída del rey Fernando séptimo, por quien, inclusive nuestros patriotas abogaron en algún momento.
Pero no es eso exactamente lo que quisiera traer a colación hoy, sino el tema o la palabra DEPENDENCIA.
Intuitivamente, toda dependencia es mala. Por lo tanto, pareciera que toda independencia es buena. Ojala fuera así de simple.
Es realmente inquietante sentarse a pensar en detalle sobre las consecuencias prácticas de estas ideas muchas veces simplísticamente confrontadas.
Latinoamérica, realmente, pasó de ser territorio de ultramar de una potencia militar y marítima de la cual éramos parte y, por ende, independientes, a ser un territorio supuestamente independiente pero desprovisto a tal punto de autosuficiencia que necesitaba, imperiosamente, surtirse permanentemente de la metrópoli de la que supuestamente se había independizado. O de otras metrópolis equivalentes –por ejemplo, Inglaterra-.
Latinoamérica nunca, léase, nunca, tuvo ni ha tenido lo que puede llamarse una real independencia, si es que por ello entendemos autodeterminación, autosuficiencia, autonomía, y otros autos. Y realmente, lo cierto, es que nunca la tendrá.
Y nunca la tendrá sencillamente porque a lo largo de la historia, al recorrer el tiempo de las generaciones, aunque la humanidad lo haya negado –o lo niegue-, ha sido y será cada vez más interdependiente. O sea, no sólo que no podrá pensarse en la no dependencia de un centro o de una metrópolis, sino que serán múltiples las reales dependencias y serán, cada vez más, biunívocas y multilaterales las mismas: O sea, el Sistema Mundo es y será cada vez más pequeño y rápido de recorrer o transitar, el Sistema Mundo, será cada vez más abarcable por un pequeño pañuelo. Si Verne recorría como una hazaña el mundo en 80 días, hoy, una vez que publique este escrito, podrá estar el mismo en las manos o ante los ojos de cualquiera que me siga en menos de 80 milisegundos. Pero claro, la computadora que uso, es hecha creo que en Taiwan, los generadores que producen la electricidad que consumo son, si no me equivoco, alemanes, los radiotransmisores de la empresa telefónica que me sirve son, seguramente, japoneses. La carne que almorcé hoy venía de Argentina, la lengua en la que escribo es, letra más letra menos, la que usaba Cervantes, etc., ¿de qué Dependencia estamos hablando? ¿Qué independencia aspiramos?
La única verdad es que hoy estamos cruzados todos con todos, africanos con europeos con asiáticos con americanos y, hasta con los naturales del continente ese de los marsupiales. Todos con todos y, a veces, todos contra todos.
Y esos cruces, que por mucho son buenos y provechosos, –la posibilidad de colaborar, crecer juntos, solidarizarnos, entendernos, ayudarnos es hoy mayor que nunca-, también hace que, por mucho también, puedan resultar malos: Y es que esta interdependencia de infinitas cadenas permite que las potestades que antes se reservaban los poderosos de todo poder, hoy pueden estar a la mano del elemento más débil de la cadena. Y esto lo hemos evidenciado en los últimos años con el crecimiento de las amenazas y los atentados que sufre la humanidad entera por el “mal comportamiento” de unos pocos: el terrorismo político, el terrorismo financiero, el terrorismo alimentario, etc.
El nivel de incertidumbre e indeterminación que vive la humanidad es creciente. La dificultad del autocontrol entendido de manera privada o individual, es creciente. La interdependencia nos garantiza un mayor acceso y disponibilidad de recursos universales, pero también nos hace más vulnerables a los caprichos o imprudencias de los menos competentes o de los menos identificados con la idea de una ciudadanía global, la cual, sigue siendo bastante utópica aunque inexorablemente necesaria.
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