Sé que se irá*
E
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sta inquilina roedora,
desordenada y morosa tendrá que irse en algún momento. Por la fuerza, por
desgaste, por abandono, por cualquier medio.
Claro, no será sencillo.
¿Y quién dijo que
arrendar las cáscaras de la subsistencia fuera un juego de niños? ¿Quién puede
afirmar que por lisa, geométrica y biológicamente bien rematada, mi morada
habría podido resistir la monstruosa y despiadada violencia de tal salvaje
alimaña? Tendré que tomar precauciones,
tendré que reforzar los vínculos de mi entender con los de mis entendidos. No
será suficiente la experiencia; ni tampoco mis estudios profundos sobre la
mejor manera de fabricar albergues de confort y bienestar. Tendré que aguzar mis habilidades hasta
alcanzar clarividencias, descubrir el método.
No será suficiente
pensar. La acción será pionera: entre otras cosas, debo rellenar con cemento
líquido tantos poros como se necesite
para reforzar la concha, cuidando de dejar algunos orificios siempre libres para que el oxígeno fluya, para que la bestia
no quede del todo arropada, para reservarle una vía de escape.
Así, que comenzaré
procurando un amasijo lo suficientemente delgado como para que fluya sin
escándalo dentro de cada orificio. Te
pediré que me ayudes a untarlo con sumo cuidado; eso sí, sin pausa. Juntos
reconoceremos los tiempos de fragua apropiados, no sea que se nos solidifique
la mezcla en el pote antes de que alcancemos a realizar la cobertura. Luego, iremos a la búsqueda de refuerzos, invocaremos almas
voluntarias, no importa si del purgatorio, y organizaremos un concierto
polifónico que tú dirigirás. Conseguirás crear el clima, sin duda. Tus músicos,
tan disciplinados como soldados de un ejército prusiano, entonarán cantatas a
siete voces, y desesperarán a tal extremo a la ocupante insidiosa, que no le
dejarán opciones: saldrá expulsada como un torpedo, aunque antes del desalojo
tratará de causar el mayor daño en nuestro refugio. Pero no importa. Tendremos
la vida entera para reparar las averías. Contigo no abrigo temores. Con afán, recogeremos juntos las piezas del
vitral roto. Con nuestros fuegos las fundiremos al rojo vivo y, con la
habilidad de un artesano de Murano, fabricaremos cálices de colores donde hemos
de beber la savia del porvenir cuando llegue su tiempo.
Eso sí, debo
garantizarme la lección aprendida. Como mínimo.
Caracas, febrero 2010.
*Este escrito fue recogido en mi libro Manual para el más allá, Editorial Memorias de Altagracia, Caracas, 2012. Esta mañana pensé en él y resolví que era oportuno publicarlo por este medio. Ahí va.
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