Piso y techo de la Democracia en Venezuela
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onversaba anoche con un querido amigo acerca de un trabajo académico que pretendo realizar relacionado con el perfil ideal que deberíamos aspirar en un presidente venezolano. Entre algunas otras cosas menos elocuentes, mi amigo, quien es un profesional de primera línea y gerente avezado, me hizo referencia a una anécdota de los primeros años del gobierno de Rómulo Betancourt, según la cual éste, en una cuenta con uno de sus ministros, quien le solicitaba apoyo para conseguir el financiamiento necesario para llevar adelante una de las grandes obras de infraestructura que se acometieron en aquel entonces, le respondió muy airado a su colaborador, y, en medio de lo que parece fue un decidido regaño, le dijo al ministro, palabras más palabras menos, que se ocupara él mismo de buscar esos reales, que fuera a los bancos internacionales, a Washington o a donde quisiera, que hiciera su trabajo y que seguramente contaría con su apoyo, pero que no lo viniera a distraer en su delicada misión, la cual, no consistía en otra cosa que gerenciar el piso y el techo de la Democracia que apenas nacía.
El ministro, sorprendido y apenado por haber importunado de tal manera a su jefe, musitó tímidamente una pregunta antes de retirarse, con el rabo entre las piernas producto del regaño, por un lado, aunque reforzado por el otro, gracias al voto de confianza implícito en la amplia delegación que recibía de Betancourt. Y dijo entonces, previo colocarse ante su boca la conveniente sordina: Presidente, si no es mucho preguntar, ¿a qué se refiere usted con el piso y el techo de la democracia?
Betancourt, sosegado después de haber desahogado su incomodidad momentánea con el impetuoso llamando a botón que minutos antes le había hecho a su colaborador, le explicó, con calma y proverbial pedagogía, que la democracia en Venezuela descansaba, descansaría, y sería sólo posible entre dos topes: El piso que le pudiera ofrecer un atinado y profesional manejo del negocio petrolero, y el techo que estuvieran dispuestos a concederle los militares. Remató subrayándole que él, Betancourt, no tenía en mente realizar mucho más que esas dos grandes tareas, que eso sería suficiente legado. Todo lo demás, habría de delegarlo en la mejor gerencia disponible en aquel momento en el país: Los nombres de estos hombres están debidamente documentados; Betancourt ahora descansa, ojala que en paz. A la vista de hoy, ¿A quién podrá confiársele en un futuro cercano esta delicada tarea de gerenciar con éxito esos dos álgidos topes?
Nota: mi amigo no es ni nunca fue adeco.
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