Patria y Concordia
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n estos días en los que su majestad de las tinieblas hizo en Venezuela salir a la carrera a algunos a cambiar el eslogan de la patria, hubiese sido muy oportuno que estos artífices de la comunicación masiva se hubiesen topado con uno de los libritos que era lectura obligatoria en mi primer año de bachillerato realizado por allá a comienzos de los 60 del siglo pasado en mi recordado, bien amado y hoy, física y moralmente destruido Liceo Pedro Gual de Valencia, –estado Carabobo, para evitar equívocos con otras urbes mejor dotadas pero con la misma toponimia-. Se trata, simplemente, de que hubiesen tenido a la mano uno de los escritos de quien está nutriendo por estos días algunos de mis repasos de lecturas patrias. Y se trata de una pieza intitulada “La concordia nacional”. En la misma, el ilustre don Mario Briceño Iragorri escribía, el 26 de noviembre de 1952, lo siguiente:
“…he levantado yo la voz para pedir fórmulas que acerquen a los hombres de Venezuela. Es absurdo y criminal mantener el estado de división que devora a la República, cuando los mismos hombres que se destrozan entre sí se ven continuamente forzados a la relación común en el curso diario de la vida. Más que una Venezuela visible en la acción de los que ordenan a su arbitrio y una Venezuela invisible en el dolor de los que sufren la arbitrariedad, estamos viviendo la duplicidad criminosa de traicionar nuestros propios instintos de amistad en aras de un provecho material o de un prestigio pasajero…”
He allí que, en el título de esta casi sexagenaria referencia, creo haber encontrado la palabra clave, mis estimados diseñadores de propagandas. La palabra mágica que encierra el verdadero clamor de quienes han trabajado y se han procreado para profundizar, con empeño orgulloso, en la construcción de una patria moderna, capaz de codearse con las más creativas, productivas, equitativas y libres del mundo, antes que con los enclaves del horror, la muerte y la desidia como lo representan hoy naciones como Siria, Libia, Zimbabue, Bielorrusia, –para nombrar tan solo a las más lejanas a nuestro continente- y que penosamente nos adornan.
Así, haciendo recurso a la natural elipsis que me evita reescribir el tag line que desde hace ya algunos años se apoderó de nuestros cuarteles y de muchas –o todas, no sé- de las instituciones oficiales, y que hoy andamos a la carrera tratando de enmendar, por no decir borrar, voy a cerrar esta puntada con una simple recomendación o petición:
¿Por qué no nos atrevemos a adoptar el más simple y deseado de los eslóganes posibles en este crucial momento que nos toca vivir como país, cual sería, simplemente:
“PATRIA Y CONCORDIA”?
Allí lo dejo, como sugerencia y modesto homenaje al libre pensador e iluminador temprano de mi alma patria, Don Mario Briceño Iragorri.
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