Dos operaciones aditivas
C
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omenzaba
la reciente matanza y tortura de estudiantes cuando escribí y publiqué mi
penúltima puntada. En la misma refería la necesidad de dar un salto conceptual
para encontrarle al país un significado acorde al momento que vivimos. Intitulé
esa puntada Sumar-sumar, antes de que nos maten
en el intento, buscando que mis
palabras se aprovecharan del giro constructivo que siempre sugiere la sencilla
operación matemática de la adición, que es la primera que aprendemos en la
escuela aún niños y que luego, de adultos, con dificultad realizamos para la
vida en positivo. Refería allí que, alejados de populismos de distinto color y
género, trabajásemos para ensamblar, sin antes tener que reinventar la pólvora
democrática, las mejores iniciativas posibles para conseguir el mínimo de
bienestar ambicionado.
Y
escribo hoy estas líneas pensando que, más allá de enfrascarnos en descifrar las
bondades o defectos de la reciente sesión de intercambio teledifundida en
cadena desde Miraflores, o de tratar de comprender quién hablo mejor o peor en
esa ocasión, deberíamos con hechos utilizar ese evento –marcador sin duda de la
discusión política de los últimos años-, para montar un verdadero sistema que,
en la contingencia, permita de la manera más eficaz realizar un ejercicio
concreto de la democracia que ahora tanto escasea pero que tanto
necesitamos.
Ahí
están los liderazgos, han surgido y, cada uno a su manera, se han desarrollado y
consolidado. Los mismos, sirven para facilitar la conexión social tan dificultada en estos tiempos de medios de comunicación secuestrados.
Ahí
están los problemas: desabastecimiento, inseguridad –de todo tipo-, inflación, servicios públicos, salud, educación, electricidad; inviabilidad económica y
financiera, ilegalidad, no-representatividad, poderes secuestrados, mandatos
vencidos, corrupción galopante, etcétera.
Ahí
están las responsabilidades: Todas nuestras: las de los venezolanos que hemos
hecho, las de los que no hemos hecho, las de los que hemos hecho pero de manera
defectuosa, las de los que no han hecho ni dejado hacer, y las de los
venezolanos que han permitido y promovido que no-venezolanos, cubanos, chinos u
otros de otros gentilicios no necesariamente bien intencionados, vengan a interferir
en lo que es nuestro, al punto de dejar lesionada impunemente nuestra propia
nacionalidad.
Ahí
está todo, lo visible y lo menos visible.
Y
ahí está nuestra democracia, vilipendiada pero aún rescatable.
Y
es rescatable si y sólo si las fuerzas políticas actuantes, especialmente las
del lado históricamente democrático que hoy no participa del gobierno, se
proponen un trabajo lo más concreto y visible de participación en las
decisiones de país.
Y
si bien la MUD no es un partido, ni hoy tiene por qué seguirse viendo a sí
misma como una simple máquina electoral, creo que aprovechándose de su
posicionamiento de ente supra-partidista, abarcador, con visión de helicóptero, puede
perfectamente fungir como agente político encargado de disciplinar la
reconstrucción de la sociedad.
A
los efectos, voy a volver a plantear, aunque esta vez en orden inverso al que
lo hice en puntada anterior, dos movimientos urgentes, concretos y posibles:
a)
Que con la anuencia y participación de todas las fuerzas
democráticas visibles, sea designado por vocación o voluntariado un específico
y efectivo Gabinete Sombra, con personas calificadas e identificadas para cada
rubro, que se dedique a proponer medidas concretas de gobierno; a hacer
contrapeso comunicacional a la acción que emana de los actuales poderes
públicos; a generar opinión, y a orientar y coaligar las fuerzas de la
ciudadanía dispuesta a la reconstrucción.
b)
Que los diputados que con mayoría nacional de votos elegimos
hace varios meses a la Asamblea, encabezados por una suerte de coordinador
legislativo democrático a ser designado entre ellos por ellos mismos, nos digan
semanal o quincenalmente en qué emplearon su tiempo, qué asuntos de interés
público ayudaron a controlar y qué leyes están diseñando o tienen en mente
hacer valer en el futuro inmediato y próximo.
Insisto
en que este par de cosas serían el caldo de cultivo necesario y suficiente para
que comenzar a andar el camino de la reconstrucción de la esperanza, antes de
que la erosión de nuestro capital humano sea irremediable, bien porque emigre, bien porque resulte víctima de una de las pocas industrias que
ha florecido campante durante los últimos quince años, la que ya he llamado la industria
de la muerte.
Repito,
es un salto conceptual el que se impone.
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