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in razón aparente, el pasado 31 de diciembre me vi de pronto hojeando
la hermosa edición empastada que de Doña
Bárbara hiciera en el 2005 nuestra Biblioteca Ayacucho. Leí con atención el
prólogo firmado en abril de 1976 por Juan Liscano. Allí, afirma el poeta que “…Doña Bárbara se recuerda por el canto de la escritura,
por el aliento de las descripciones líricas, por el misterio del mundo telúrico
y naciente invocado…”, y como
testimonio de lo dicho, recupera un par de líneas de la pluma de Gallegos:
…Tierra
abierta y tendida, buena para el esfuerzo y para la hazaña, toda horizontes,
como la esperanza, toda caminos, como la voluntad…
No cabe duda, inspiradoras palabras. Y
suficientes para invocar una épica que, quizá con qué angustia íntima, en el ya
remoto 1976, Liscano se apura a advertirnos que se trata de una …épica no propiamente castrense y guerrera,
sino telúrica, psíquica y existencial…”.
Con ese aguijón en mente recibí, ayer
primero de enero, –como halago y sin dejar de sentirme retado-, la invitación
de mi amigo argentino Fernando Alejandro Filippini para escribir en pocas
líneas mi “personal punto de vista acerca
de la situación en su país de caras al crucial 5E … Usted
escribe a sus amigos de Argentina contando sus sensaciones ante la inminencia
de lo que puede o no llegar a ocurrir”. Agradecí a Fernando y aquí estoy, no sin antes haberle advertido que, en virtud de la angustia que
vivimos, no estaba seguro de poder plasmar en pocas líneas un resumen
provechoso. Es que basta ir al mercado en busca de huevos, un pollo, o un poco
de harina, para constatar el cansancio compartido –casi agotamiento-, por esta
situación tan retorcida que desde hace rato vivimos, sin respuestas.
A lo largo de todos estos años de “chavismo”, muchos son los acontecimientos
graves que nos ha tocado afrontar: la tragedia de Puente Llaguno, la represión a
estudiantes y a pueblo llano, La Tumba, los
Narcoductos, etcétera. Pero siempre he creído que la cosa más
terrible ocurrida en todo este tiempo, y que marca, como punto de inflexión
inequívoco, toda la cadena de desgracias que hemos soportado durante estos
años, es la insurrección armada del 4F de 1992. Allí comenzó la destrucción progresiva del
pilar institucional fundamental que toda democracia puede exhibir: El que la
alternabilidad de los gobiernos sea según indique la expresión de la voluntad
ciudadana, a partir del voto pacífico. Allí
fue cuando se dio el mayor sablazo a la
yugular de un sistema circulatorio que, no sin tropiezos ni defectos, oxigenaba
una de las democracias más robustas y perfectibles que se había construido en
Latinoamérica durante los últimos cuarenta años.
Dicho lo cual, doy entonces un salto
valiéndome de la garrocha del tiempo, para afirmar que, después de aquél
fatídico golpe, de ese infortunado ramalazo y de sus secuelas desventuradas, la
única cosa buena que nos ha finalmente ocurrido, de peso e importancia
equivalentes, es la que se deriva de los resultados de las recientes elecciones
parlamentarias del pasado 6D. A mi parecer, esos resultados constituyen el
siguiente y único acontecimiento de crucial importancia que podemos ciertamente
capitalizar a lo largo de este peculiar y doloroso proceso histórico. La gran diferencia con el 4F, claro está, es que
ahora se trata de un hecho reparador, de un proceso restaurador, de una de las
correcciones más importantes que hemos bien iniciado para detener la copiosa
sangría que ya nos tiene casi exhaustos. Es como si hubiésemos, por fin, atinado un
movimiento que va a significar, sin lugar a dudas –pero no sin dolor-, la
recuperación de la más grave de todas las pérdidas sufridas en todo este
tiempo: La de nuestra Institucionalidad Democrática, haciendo uso del voto
poderoso, y empapados de la convicción de que la voluntad así expresada es el
único o el más nutritivo alimento que podemos darle a nuestra Esperanza por una
Venezuela Decente.
Los regímenes autoritarios son
especialistas en el manejo violento de las cosas, por el contrario, las
voluntades democráticas deben especializarse en el manejo verbalizado de sus
asuntos. Y esto es lo que hemos hecho el 6D, hemos hablado, hemos puesto
delante la palabra, hemos marcado un hito en una épica que, a pesar de la
relevancia que le hemos dado a las declaraciones del general Padrino, no es propiamente castrense y guerrera, sino telúrica, psíquica y existencial.
De ello se desprende que en los días
que nos faltan para la toma de posesión del 5E, el único método válido, telúrico,
psíquico, existencial y de éxito garantizado, es que continuemos reivindicando
el proceder cívico, la acción pacífica –que no paciente-, e impidamos cualquier
arrebato de violencia que pueda ponernos de nuevo a sangrar esta herida que por
las armas se produjo en aquel inolvidable 4F al que, por fin, le ha llegado su 5E.
Calma y cordura, calma activa y cordura
vigilante.
Y re-oxigenemos nuestra democracia,
que bastante falta nos hace.
@enzopittari
Caracas, 2 de enero de 2016.
Muy, muy bueno...si, prevalece esa sensación de "reparación" por el camino cívico, pacífico. Gracias Enzo...Colette Siwka
ResponderEliminarGracias a ti, Colette. Estimulante tu comentario. Y las reparaciones siempre son posibles cuando hay voluntad. Un saludo. ep.
EliminarAl paso que vamos pareciera que nos vamos a quedar sin fechas (11S, 4F, 5E, 31D, 24D, 6D, 27N, ...) Espero en Dios que prevalezcan las fechas en positivo para nosotros los progresistas y que el civilismo se imponga.
ResponderEliminar¡Salud Enzo!
Olga Fuchs
Verdad es, Olga, que el uso tan profuso que se le ha dado a esta modalidad, a esta forma de marcar el tiempo, nos lleva por el camino del lugar común. Y en efecto, como apuntas, es una modalidad que, aunque anterior, comienza a cobrar auge después del gravísimo 11S. Para nosotros, en Venezuela, para quienes vivimos conscientes desde la mitad del siglo pasado, creo que después del 23E lo más notable que tenemos en recurrencias es el 4F. Y ahora el 5E. Ojalá pronto podamos tener una vida mas "plana", sin sobresaltos. Lo ideal es que no tuviéramos que celebrar cosas como la que ha de ocurrir mañana –pensando positivamente-, o sea, que el ejercicio democrático no esté signado por eventos sino por costumbre y rutina. Que la excepción sea la falta, los golpes, que tales excepciones sean estadísticamente raras y despreciables en intensidad. Y sí, que la vida cívica sea la regla. Un abrazo. Y gracias por tu comentario.
Eliminarep.